Primera Bitácora
Esta semana encontramos diversas noticias sobre
seguridad, casi la totalidad de estas se relacionan con la fuerza pública, lo
que pone de manifiesto la importancia mediática y discursiva que se le da al rol de la policía en términos
de seguridad. En este sentido los medios
de comunicación constantemente emiten información sobre las políticas y los logros que desde estas instituciones se vienen adelantando contrastándola a su vez con contextos violentos donde constantemente se
violan todo tipo de derechos y donde no existen condiciones para garantizarlos.
Estas labores siguen el protocolo de las cifras/acciones,
es decir evalúan cifras que presentan
respecto a la inseguridad, como las tasas de homicidios, robos, violaciones, etc.(
El Tiempo informa que Bogotá tiene la tasa de homicidios más baja en 30 años) y
luego lo contrastan con los políticas de seguridad ordenadas desde el gobierno,
como por ejemplo el despliegue de 90 patrullas y 100 efectivos de la DIJIN mencionados
por el alcalde Petro en Twitter o la presunta movilización de 3.100 efectivos
de la policía en caso de paro de taxistas; es decir y valga la muletilla, el
tema de seguridad está relacionado casi inseparablemente con la policía si
hablamos de Bogotá y con la fuerzas militares a nivel nacional y es tema que se
reproduce constantemente en los medios, ¿por qué?, es un punto a analizar, por
ahora podemos mencionar, a los medios de comunicación como reproductores de las
políticas distritales en este caso, que por medio de la información y las
imágenes reafirman la legitimidad que tiene la institución de ejercer violencia
en cuanto se vele por los derechos de los ciudadanos, y deslegitiman así mismo
a los actores que ejercen poder o fuerza física desde un marco ilegal. Todo
esto tiene una explicación, que si bien cabe en este momento, no sabemos si tenga
aplicación en otro contexto o tiempo pasado, entonces nos referimos al hecho de
que los medios de comunicación reproducen las políticas distritales y
nacionales, en este caso la política de seguridad ciudadana que está adscrita a
la política nacional de seguridad dirigida por Juan Manuel Santos, en donde los
objetivos de los gobernadores (Petro-Santos) van de la mano en referencia a las
políticas que establecen respecto a este tema, es decir que Santos aprueba que
Petro disponga de un alto presupuesto para armar a la policía porque va de la
mano con el hecho de armar a la fuerza pública con herramientas de última
tecnología que les permitan ¨combatir el crimen¨, y tener las armas tan sofisticadas como las de
las bandas criminales como lo anuncia el ministro Londoño; todo esto con el fin
de legitimar el monopolio de la fuerza por parte del estado y ejercer la política de seguridad democrática, que si
bien afirma la inclusión de todos los sectores en el tema de seguridad,
reafirma a la Policía Nacional y a las
fuerzas militares como las instituciones que deben garantizar la seguridad de
los colombianos (as), y en especifico de los ciudadanos(as).
Debemos tener en cuenta que a lo largo de los últimos años, hemos observado una dinámica, según la cual el fenómeno de la seguridad ha tomado gran importancia en el discurso de los políticos llegando incluso a ser el gran paradigma de gobierno de la última década. Es claro que a partir de ella, o mejor, de la coalición que se genera con el fenómeno de Uribe/Santos que en gran medida se configura en torno del apoyo a la propuesta de seguridad democrática. Se ha generado un gran poder político capaz de construir nociones sociales y determinar por ello ciertas realidades, lo que repercute en que desde hace algún tiempo vivamos en una sociedad que desde sus instituciones se organiza, es decir que prepara sus estructuras de acción con el fin de combatir al enemigo borrosamente definido al que se llama terrorista. La cuestión del terrorismo implica el enemigo interno de la sociedad globalizada y que por las lógicas de esta dinámica debe buscar en su propio interior, poniendo a sus propios sujetos bajo control constante, situación peligrosa si tenemos en cuenta las condiciones humanas de nuestra fuerza pública.
Esta semana vimos de nuevo el nombre de la institución policiva
manchado por la mala conducta de sus integrantes quienes regularmente con
actos salvajes se ponen en cuestión a sí
mismos. Se mencionaba que en este año se habían destituido a 84 miembros de la
policía por irregularidades en los códigos que deben seguir los integrantes de
la misma, además de la brutal muerte de un joven de 15 años a manos de dos
activos de la institución y el idilio que continúan viviendo después de un año
por irregularidades que competen a la rama de la justicia, los padres del
grafitero que fue asesinado también a manos de patrulleros. Lo anterior con en
el fin de cuestionar hasta qué punto la policía puede garantizar los derechos a
los ciudadanos como institución, si en su interior hay irregularidades que dan
pie a la vulneración de los mismos por
entes adscritos a la policía, ¡que dilema!
Claro está que los han destituido, pero ni siquiera han
sido sometidos a la justicia militar, pues al destituirlos pasan a manos de la
justicia ordinaria, o en el caso de algunos que no se han definido, a manos de
la fiscalía. El hecho es la
contradicción intrínseca de la institución, que nos causa preocupación.
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